jueves, 3 de enero de 2013

La cabeza puede ser una piñata


La cabeza puede ser una piñata a veces, que así, de la nada, siente la necesidad de explotar. Pienso en una imagen que se me vino a la cabeza hace unos días y no parece querer irse.
Un hombre con túnicas coloridas arrodillado, mira hacia arriba y abre la boca. En la cabeza tiene un gorro bastante extraño, de esos que saben usar los árabes. Al frente de este hay otro hombre que sujeta una pinza grande, de esas que usaba el abuelo para mover las brasas cuando hacía asado los domingos. Casualmente, al final de la pinza sostiene una brasa ardiente. Sé que la brasa es ardiente por el color naranja brillante que parece explotar desde adentro de la misma. Pero este hombre tiene otra cosa extraña. Tiene alas, muchas alas y muchos ojos en las alas. Era como una mezcla de power ranger con goku. Mamá me dijo que era una especie de ángel. Más específicamente un querubín. No sé si fue por eso o mucho tiempo después que quise aprenderme los rangos que tenían los ángeles. Tampoco nunca me aprendí los rangos militares ni a leer las jinetas.
Ese ángel le estaba quemando la boca la pobre tipo. “Isaías”, me corrige mamá y me cuenta una historia. Lo más interesante era que este tipo tuvo una visión. Leímos el libro. Volví a ver la imagen. Pero lo que más me fascinaba era ver la brasa, roja y ardiente. Cuando prendían el fogón en casa me encantaba mirar las brasas. Mucho más cuando nos cortaban la electricidad y su luz rojiza llenaba el comedor, ahumado también cuando prendían mal el fuego.
Alguna vez quise tocar una brasa. La miré por mucho, mucho tiempo. El brillo se movía, se apagaba y prendía. Parecía un huevo del que estaba por salir una creatura mágica. Siempre me gustó mucho la magia, será por eso que prefiero escribir con lápiz y papel antes que con el Word. Miré por tanto tiempo la brasa que sentí un deseo impresionante de tocarla. Todavía no conocía muy bien el fuego ni las hogueras. Me quemé el dedo con el que toqué la brasa. No sé su grité o lloré o qué, no lo recuerdo pero al rato me creció una ampolla en el mismo lugar en que tenía la quemadura. Vino mi mamá con una aguja en la mano. Ahí sí grité, lloré, le pedí que no me pinchara por favor no que me va a dolor no por fa ma no quiero déjalo así me va a dolor por fa. Cuando me pinchó salió agua. El fuego me hizo salir agua del dedo. Así empecé a conocer la magia del mundo.

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