La cabeza puede ser una
piñata a veces, que así, de la nada, siente la necesidad de explotar. Pienso en
una imagen que se me vino a la cabeza hace unos días y no parece querer irse.
Un hombre con túnicas
coloridas arrodillado, mira hacia arriba y abre la boca. En la cabeza tiene un
gorro bastante extraño, de esos que saben usar los árabes. Al frente de este
hay otro hombre que sujeta una pinza grande, de esas que usaba el abuelo para mover
las brasas cuando hacía asado los domingos. Casualmente, al final de la pinza
sostiene una brasa ardiente. Sé que la brasa es ardiente por el color naranja
brillante que parece explotar desde adentro de la misma. Pero este hombre tiene
otra cosa extraña. Tiene alas, muchas alas y muchos ojos en las alas. Era como
una mezcla de power ranger con goku. Mamá me dijo que era una especie de ángel.
Más específicamente un querubín. No sé si fue por eso o mucho tiempo después
que quise aprenderme los rangos que tenían los ángeles. Tampoco nunca me
aprendí los rangos militares ni a leer las jinetas.
Ese ángel le estaba
quemando la boca la pobre tipo. “Isaías”, me corrige mamá y me cuenta una
historia. Lo más interesante era que este tipo tuvo una visión. Leímos el libro.
Volví a ver la imagen. Pero lo que más me fascinaba era ver la brasa, roja y
ardiente. Cuando prendían el fogón en casa me encantaba mirar las brasas. Mucho
más cuando nos cortaban la electricidad y su luz rojiza llenaba el comedor,
ahumado también cuando prendían mal el fuego.
Alguna vez quise tocar
una brasa. La miré por mucho, mucho tiempo. El brillo se movía, se apagaba y
prendía. Parecía un huevo del que estaba por salir una creatura mágica. Siempre
me gustó mucho la magia, será por eso que prefiero escribir con lápiz y papel
antes que con el Word. Miré por tanto tiempo la brasa que sentí un deseo
impresionante de tocarla. Todavía no conocía muy bien el fuego ni las hogueras.
Me quemé el dedo con el que toqué la brasa. No sé su grité o lloré o qué, no lo
recuerdo pero al rato me creció una ampolla en el mismo lugar en que tenía la
quemadura. Vino mi mamá con una aguja en la mano. Ahí sí grité, lloré, le pedí
que no me pinchara por favor no que me va a dolor no por fa ma no quiero déjalo
así me va a dolor por fa. Cuando me pinchó salió agua. El fuego me hizo salir
agua del dedo. Así empecé a conocer la magia del mundo.
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